Mi relación con la moda ha sido cambiante. Comenzó como cualquier relación: inocente y emocionantemente nueva. La verdad es que mirando hacia atrás, mi primer encuentro consiente con la moda fue a eso de los 12 o 13 años, cuando estaba obsesionada con Mary Kate y Ashley Olsen. Si lo pienso bien, haber comenzado con ellas no está nada mal considerando que tienen un imperio de moda súper respetado ahora mismo. Pero volviendo a atrás, en ese momento yo quería ser como ellas. La manera más obvia de hacer eso era vistiendo como ellas. Así que comencé a prestarle atención a las piezas que tenía en mi closet y comencé a experimentar con la moda por primera vez. Buscaba piezas que pudieran simular los outfits que veía en ellas y hacía mi propia versión. En este momento podría decir que aunque no estaba creando mi propio estilo (más bien experimentando con el de Mary Kate y Ashley), la moda me comenzó a interesar. Descubrí una nueva forma de expresar mi creatividad.
Con el tiempo fui desarrollando gusto; aunque como cualquier otra adolescente, muchas veces ignoraba lo que a mí me gustaba por seguir una tendencia. Esto fue el caso de la tendencia de los “low-waisted jeans” que Britney Spears hizo famosa. Den por sentado que ahora les puedo casi jurar que nunca me van a ver con un pantalón “low-waisted” en la vida. Sin embargo, en ese momento, aunque no me gustaban, me los puse por el afán de ser “cool”.
Poco a poco esta relación fue evolucionando mientras fui conociendo más de ella. Pero como muchas relaciones, no fue hasta que me conocí mejor a mí misma, que nuestra relación floreció. Buscar el estilo propio puede ser abrumador y para muchos, trivial. Para mí, ha sido definitorio en mi persona. Recuerdo que entre mis distintas etapas de experimentación con la moda cuando estaba en mis años de adolescencia, me gustaban cosas diferentes o “raras”. Nunca se me va a olvidar un día que entré a casa de mi abuela a compartir con mis primas en una falda que ahora le llamaría “maxi”, estilo “boho” que mezclaba patrones distintos como en parchos de tela y caía súper “flowy”. En ese momento, los “maxi, flowy, boho, skirts” no eran algo conocido. Me miraron como si tuviera algún tipo de disfraz puesto. Ahora, tengo una falda súper parecida que cuando la visto, recibo mil piropos sobre ella. De igual manera me pasó con lo que hoy conocemos como el “baker boy hat”. Las miradas que recibía cuando usaba uno de esos en el 2006 eran bien distintas a las que recibí cuando me ponía uno casi diario en el 2018.
En la universidad, tanto la falta de dinero como la falta de la accesibilidad, (y aclaro que no me estoy quejando, pero era una estudiante que ganaba el mínimo legal trabajando en la universidad, vivía sin carro en Rio Piedras y caminaba a la universidad), me hicieron invertir lo que tenía en el epicentro y definición del “fast fashion”: Forever 21. Cada vez que escucho la pregunta: si pudieras decirle algo a tu yo más joven ¿qué sería?, una de las cosas que vienen a mi mente es: no compres tanto en Forever 21. Sí, era barato y yo necesitaba algo barato. Pero ese hábito de comprar ahí no se me fue hasta mucho después; y me arrepiento. Déjenme explicarles porqué me arrepiento: 1. esas piezas duraron probablemente unos meses, algunas quizás llegaron al año o a los dos años y después desaparecieron. 2. el 99% de lo que compré fueron tendencias pasajeras que ya no me llaman la atención. 3. en ninguna de esas compras paré a preguntar, ¿esto se acerca a mi estilo? ¿le favorece a mi silueta? ¿es algo que puedo combinar con muchas piezas en mi armario? ¿es de calidad? Al no hacerme esas preguntas, había una gran posibilidad de que cogí la pieza porque la encontré bonita, pero no era mi estilo, o no le favorecía a mi cuerpo, o no podía combinarla con nada, o muy, muy seguramente, no me duró casi nada. Habiendo dicho esto, no estoy diciendo que todo lo que vende Forever 21 es malo. Pero hay un chance bastante grande de que la pieza que compres sea de mala calidad (estás pagando bien poco), y de que sea una tendencia pasajera.
Mi relación con la moda se convirtió en ese momento en una que podríamos llamar un poco tóxica y sin sentido: compraba todo lo que me parecía bonito sin pensar en mí misma y en mi futuro. Era una relación pasajera y superficial.
En cuanto a marcas y a casas de moda, (que son el centro de la moda por encargarse de dictar tendencias tanto para la pasarela como para el “fast fashion”), aprendí mucho más tarde. Fue ahí que me enamoré. Mi relación con la moda pasó de infatuación y experimentos, a un amor constante. Comencé a empaparme de conocimiento en cuanto a nombres, materiales, telas, tendencias, historia, ¡wow! Sentí de repente que al parecer había andado en una relación con algo que ni conocía. Comencé a leer libros de moda, a ver videos de personas conocedoras de la industria hablando del tema, a seguir los “Fashion Weeks”, a ver documentales de la historia de la moda, en fin, a continuar conociendo a mi gran amor, mi relación más larga y compleja.
Y entonces llegué al punto más lindo de mi relación con la moda: me conocí a mí misma; encontré mi estilo propio. Aprendí a aceptar que no todo lo que encuentro “bonito” es para mí. Aprendí a apreciar que no hay nada más bonito en una pieza de ropa que el hecho de que te quede perfecta, o a la medida. Aprendí que a mi cuerpo le favorecen ciertas siluetas, mucho más que otras. Aprendí a ser selectiva con las tendencias, y a saber cuándo arriesgarme a usarla, y cuándo dejarla pasar porque no es para mí. Más transcendental aún, identifiqué las tendencias más importantes: las mías propias. Me tienden a encantar las piezas con “statement sleeves”. Me tienden a encantar todos los “bottoms” que son “high waisted”. Me tiende a encantar cuando un outfit mezcla piezas bien femeninas con piezas bien masculinas. Me tiende a encantar el patrón de rayas o líneas. Me tienden a gustar los “outfits que contienen más de un patrón. Me tienden a encantar los trajes o faldas que son “flowy”. Me tienden a encantar los accesorios del cabello. Me tiendo a enamorar más de los zapatos cerrados que de las sandalias. Me tienden a encantar los “cardigans”. Me tienden a encantar las piezas clásicas de la moda masculina como las camisas de botones y los “suits”.
Todas esas cosas son constantes en mí; y eso es mi estilo. Todo lo que yo tiendo a favorecer aun cuando cambien las estaciones, las circunstancias externas, las tendencias de moda en las pasarelas; todo eso es mi estilo. Aun así, puedo seguir experimentando con carteras en PVC, con collares de almejas, con zapatos con la suela cuadrada. Todavía me queda muchísimo por aprender, y todavía voy descubriendo cosas nuevas tanto de mí, de mis gustos, como de la moda en general. Y la verdad es que todavía mi estilo no está 100% definido. Es por siempre cambiante. Pero eso es lo divertido.
Podría pensar que la moda tiene demasiado poder; el poder de definir cómo es percibida cierta persona según lo que lleve puesto y más importante aún, cuándo lo lleva puesto. Pero como toda mujer enamorada, defiendo a mi amor por la moda así: ella es mi poesía silenciosa. Ella es quien lleva mi creatividad diaria, mi expresión de arte. Ella es una falda “maxi, flowy, boho” en el 2006: mi parte única y particular que manifiesta a una poeta ocasional.